11.8.10

Nunca te llevé a que madame Léonie
te mirara la palma de la mano, a lo
mejor tuve miedo de que leyera en
tu mano alguna verdad sobre mí, porque
fuiste siempre un espejo terrible, una
espantosa máquina de repeticiones, y lo
que llamamos amarnos fue quizá que yo
estaba de pie delante de vos, con una flor
amarilla en la mano, y vos sostenías dos
velas verdes
y el tiempo soplaba contra
nuetras caras una lenta lluvia de renuncias
y despedidas y tickets de metro.