28.12.13

Veo cómo pasan los días. 
Espero el momento apropiado para sentarme a escribir porque no quiero llenar ésto ni nada de mi vacío. Pero resulta que al final, el vacío es constante y deja de existir dicho momento apropiado. 
Las horas se rejuntan y compactan, como si formaran una enorme masa que se apoya en mi cráneo y me tortura. 8 horas en la cama. 12 horas en la cama. 15 horas en la cama. 20, 23,25, más tal vez.
Se amontonaron también algunos estudios sobre mi escritorio, dicen que me curé y a mí no me alegró: era mi excusa perfecta para no tener ganas de moverme. La pregunta es eterna y me la hago a mí misma: qué me pasa. Al final nunca me contesto, me distrae algo en la tele, o me pinta por leer, o descubro una figura nueva en las maderas de mi techo (y eso que lo miro hace 9 años). Pero creo que lo que me pasa es que, simplemente, estoy perdida, tan perdida.
Se fue el color y no vuelve, eso pasa.